Comentario
Los trágicos sucesos de 1391 se produjeron sólo veintidós años después del establecimiento definitivo de Enrique II como rey de Castilla, de ahí la inevitable tentación a buscar una conexión entre ambos hechos. Ya A. Castro señaló en su día que, con toda probabilidad, las matanzas de 1391 "fueron lejanas e indirectas consecuencias de la guerra entre ambos hermanos" (en alusión a Pedro I y Enrique de Trastámara). Ahora bien, el pogrom sevillano de 1391 fue la consecuencia directa de las predicaciones incendiarias de un clérigo andaluz, Ferrán Martínez, arcediano de Ecija.
Las soflamas antijudías del mencionado clérigo habían motivado, años atrás, intervenciones tanto del rey de Castilla como del arzobispo de Sevilla, Pedro Gómez Barroso. Ambos pidieron sosiego al fogoso arcediano. Mas de nada sirvieron esas recomendaciones pues, como nos dice la Crónica de Enrique III, Ferrán Martínez "predicaba por plaza contra los Judíos, é...todo el pueblo estaba movido para ser contra ellos". No cabe duda, por otra parte, de que las prédicas del arcediano de Ecija calaban en las masas populares, ya que se mostraban envalentonadas en su actitud antijudaica. Pero a ese factor se añadió otro no menos importante: el vacío de poder existente en los reinos a raíz del fallecimiento de Juan I. En efecto, las Cortes reunidas en Madrid fueron escenario de disputas sin fin entre los grandes para organizar la regencia del joven Enrique III, que en 1390 había sucedido en el trono a su padre.
El seis de junio de 1391 estallaron los disturbios. Al rey de Castilla le llegó la noticia de que "el pueblo de la cibdad de Sevilla avia robado la Juderia, é que eran tornados Christianos los mas Judios que y eran, é muchos de ellos muertos". La violencia contra los hebreos se propagó rápidamente por otras localidades del valle del Guadalquivir: Córdoba, Andújar, Montoro, Jaén, Ubeda, Baeza... Continuó después la onda expansiva tanto hacia la Meseta meridional (Villa-Real, Cuenca, Huete, Escalona, Madrid, Toledo...) como hacia la Corona de Aragón. Es cierto, no obstante, que a medida que pasaban los días el furor antisemita remitía. Ello obedecía a las medidas que se tomaban por parte de los poderes públicos para proteger a la comunidad hebraica, pero también al inevitable agotamiento del furor antisemita. Así se explica que las juderías de la Meseta Norte sufrieran muchos menos daños que las meridionales.
Lo ocurrido, al decir de López de Ayala, "fue cobdicia de robar, segund paresció, mas que devocion". El odio a los judíos, debido en buena medida a motivaciones económicas, se sumaba así, incluso de manera preferente, al referente estrictamente ideológico-religioso, de creer al cronista. Por lo demás las consecuencias de los sucesos citados no se hicieron esperar. Hubo sin duda robos y asesinatos, aunque estos últimos en número menor al que tradicionalmente se ha venido proclamando. Pero la consecuencia de mayor calado del pogrom fue la llegada a las filas del cristianismo de numerosos judíos, que aceptaron la conversión únicamente como cauce apropiado para proteger sus vidas y haciendas. Algunas de las más importantes juderías de Castilla prácticamente desaparecieron, como sucedió con la de Sevilla. En cualquier caso, la comunidad judaica de la Corona de Castilla quedó después del pogrom de 1391 sumamente debilitada. Como ha dicho E. Mitre, la fecha de 1391 "adquirió las características de un hecho traumático en la historia del pueblo hebreo y en la de sus relaciones con otras confesiones religiosas".